domingo, 13 de enero de 2008

Juan y Susana


Eran los raros de dos grupos distintos de amigos.
Él: artista, bohemio, loco, amante de los descubrimientos, quejoso, ferviente creyente astrológico y siempre con prisa. Soltero.


Ella: libre, hippie, atrabancada, espontánea, sin tapujos, intuitiva, vestida de plumas y risueña. Soltera. Nada más perfecto que uno para el otro. Así que el día de la boda fueron presentados. Juan y Susana se conocieron:

- Susana, mucho gusto. Extendió la mano.

- Juan Gabriel, el gusto es mío. Se la tomó, sin saber qué hacer con ella y siguió hablando. Fíjate que justo estaba yo pensando en que ...

- Ésta canción es lo máximo, ¿la bailas conmigo? Dijo Susana, todavía tomándolo de la mano y lo jaló a la pista.

No le quedó de otra, Juan Gabriel tuvo que acompañarla. La verdad es que no le pareció tan mala idea. Era bonita y también simpática.

Bailaron toda la noche. Juan Gabriel notó entre ellos una empatía muy fuerte.
- ¿Será Tauro? Se preguntaba. Algo en su manera de hablar, de sentir la música, de portar ese vestido lentejueloso, lo atraía. No daba con qué, pero sólo la veía moverse y él se ruborizaba. ¡Y la manera como embonaban sus cuerpos mientras bailaban! Quería… la quería a ella. Entre sus brazos, en su vida.

- Te quiero acompañar Susana.
- ¿A dónde loco?
- A todos lados, hermosa. Llévame, que me estoy regalando contigo.
Susana detuvo el baile y se rió media pieza. Tuvo que apretarse el vientre que la risa se le salía por entre las piernas.
-Estás loco Juan, loco. Me caes bien, pero házme un favor, sigue siendo tuyo que yo, conmigo tengo suficiente.
– ¿Segura? No me dejas de otra Susana, dijo señalándola con un dedo.

Juan raptó a Susana.

Y ella, lo disfrutó muchísimo. Le vivió eternamente agradecida por tal locura que le regaló a ella tanta paz. Le pagó el atinado favor, amándolo para siempre. Sin peros y sin límites. Así, vivieron juntos un tiempo y después, apareció Pedro.
Pedro era ingeniero, centrado, culto, ordenado, formal, solemne y soltero. Lo conoció Juan Gabriel en el Servicio a Clientes de un supermercado, quejándose del servicio. Se hermanaron inmediatamente. Tenían más en común de lo que parecía y este descubrimiento lo celebró Juan Gabriel invitándolo a su casa.

A Susana se le erizaron los vellos del cuello nada más verlo. Estaba sentado en su comedor y supo que sería un problema. Pero Pedro cada vez era un invitado más constante y un amigo más querido. Sostenían mejores conversaciones y Susana, le notaba también, cada vez, los ojos más encendidos. Había perdido lo solemne y lo formal, pero no así lo interesante.

En varias ocasiones sintió Susana que él, en su presencia, se contenía. Susana hubiera deseado que fueran las ganas de abrazarla, de quererla, de raptársela. Pero en cambio, tuvo que lidiar con el desengaño: Pedro no la quería a ella, en cambio adoraba, amaba a su marido.

Pedro, sí era Tauro.

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